por Alef Pérez
En el surgimiento de la Economía como ciencia social, Adam Smith utilizó a la Historia como un campo de referencia constante y por momentos resultó complicado establecer límites entre las dos disciplinas. Tal relación continuó en un buen número de estudios, sólo las explicaciones numéricas de la econometría resquebrajaron parte de la relación.
De forma un poco burda, la Historia económica puede ser dividida en aquella para los historiadores y para los economistas. Los primeros buscan la fuente de información, que sea capaz de sustentar sus hipótesis. Los segundos intentan realizar retrospecciones teóricas (Hobsbawm, 1998: 107). Aunque en muchas ocasiones, las dos metodologías resultan excluyentes, necesitan integrarse para complejizar el conocimiento del pasado humano.
Aunque no exista un consenso, la economía funciona como una ciencia social aplicada, la cual puede descartar o sustentar sus planteamientos a través de la observación directa. Por su parte, la historia encaja en las humanidades y tiene como conocimiento académico todos los pasos de un proceso de una investigación formal, sin la comprobación, al ser el pasado algo irrepetible. Tales características vuelven la interacción entre las dos disciplinas compleja.
A semejanza de su parte de ciencia social, en algunas ocasiones, la Historia económica busca tener una función práctica en el presente. En otras palabras, esto nos lleva a buscar respuestas de los problemas actuales en el pasado. Tal perspectiva no siempre se logra y resulta complicado plantearlo como un propósito de las investigaciones.
En las últimas décadas, la historia económica ha crecido en líneas temáticas, las cuales varían desde instituciones especificas al desarrollo de las fuerzas productivas. Sólo es necesario una línea de investigación afín y la existencia de fondos documentales o algún remanente material viable para usarlo como fuente de información de la investigación.
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