por Alef Pérez
En 1855, Porfirio Díaz entró al escenario nacional al apoyar el esfuerzo militar de los liberales en la Rebelión de Ayutla en contra de Antonio López de Santa Anna, a partir de aquel momento, comenzó una importante carrera militar. Al caer el Segundo Imperio Mexicano, consolidó su imagen como caudillo por su papel en diversas batallas. Al alcanzar el poder, en el imaginario colectivo, paso a ser el hombre necesario para mantener el orden y el progreso.
Es de señalarse, Díaz tuvo un importante poder político, aunque era más una imagen pública para las masas. Por su parte, los latifundistas fueron el grupo social de mayor relevancia (Córdova, 2003: 41). Estos surgieron de las Leyes de Reforma de los liberales, a través de ellas, rompieron la propiedad de la Iglesia y de las comunidades indígenas sobre las tierras. Lograron dominar el mundo rural y, desde ahí, el país.
En las urbes, la burguesía invirtió en la industria, sin embargo, necesitó mayores recursos para realizar una verdadera modernización de la economía. En consecuencia, los capitales internacionales fluyeron para la construcción de ferrocarriles, la consolidación de la banca y el desarrollo de la minería. Así, del exterior llegaron recursos y mano de obra calificada.
En la cúpula del poder económico, el capital internacional resaltó importante, aunque los latifundistas dominaron el escenario al comprender la importancia del orden y el progreso. Estos eran logros de su momento histórico a nivel nacional, una cuestión anhelada frente las décadas anteriores consideradas anárquicas y estériles en términos económicos.
En buena medida, el orden funcionó como base e idea central del Porfiriato, que quedó custodiado por los grupos dominantes. En buena medida, los constantes conflictos de las décadas anteriores crearon la necesidad de pacificar el país. En tal escenario, la confrontación de los postulados políticos terminó por ser considerada peligrosa por la posibilidad de crear conflictos de mayor envergadura, lo que derivó en la consolidación del manejo gubernamental a través de “poca política y mucha administración” (Cosío, 2003: 131).
Al existir orden en lo político y social, el progreso material resultó palpable. En las zonas rurales y las ciudades, la modernización llevó importantes ganancias a los capitales nacionales e internacionales. Sin duda, el país comenzó una rápida transformación, que no llegó a beneficiar a las masas por ser sólo sujetos de explotación para el sistema.
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