La Conferencia de Bandung

 por Alef Pérez

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, los países comenzaron a confluir bajo dos polos de poder. Primero, Estados Unidos encabezó el llamado mundo libre o, desde otra perspectiva, la del capitalismo desarrollado. Segundo, la Unión Soviética resultó el modelo de “socialismo real” y encabezó a quienes llegaron a tal sistema. Con el tiempo algunos alcanzaron a sumarse a uno u a otro de los dos principales bloques. Aunque de una u otra forma, en el llamado Tercer Mundo, diversas naciones mostraron problemas para identificarse en alguno de los dos posicionamientos, lo cual permitió el planteamiento de otras posibilidades para confluir en la organización entre las naciones. 

En un mundo bipolar, las alternativas comenzaron a surgir desde la descomposición de los viejos imperios, una tercera vía. En un caso particular, las Indias Orientales Neerlandesas sufrieron el colonialismo de Holanda y la ocupación japonesa durante la segunda Guerra Mundial. En 1945, el territorio alcanzó la independencia y comenzó a ser reconocido como Indonesia. En tal proceso, Sukarno destacó como revolucionario, llegó a ser el primer presidente de la nueva nación y consideró necesario el apoyo solidario de otras naciones como la suya.

En 1955, Indonesia organizó la Conferencia de Bandung, a la cual asistieron una veintena de naciones de los continentes africano y asiático, sin la participación de latinoamericanos, Sukarno fue el presidente anfitrión. En su mayoría, la independencia resiente resultó ser la marca de los asistentes junto una fuerte identidad de izquierda, aunque en la diversidad existieron posicionamientos ideológicos de derecha. Entre los no participantes en la descolonización, los problemas con el mundo occidental resultaron una cuestión compartida. 

En sus planteamientos, la Conferencia de Bandung expresó una identidad antiimperialista, que resultó clave en su postulado de no subordinación a los bloques de las dos superpotencias y la noción de la autodeterminación de los pueblos. Entre buena parte de los asistentes esbozaron una identidad socialista, aunque cada uno la entendió a su manera y pocos aceptaron un planteamiento marxista-leninista. Como organización, los Países No Alineados surgieron de tal reunión.  

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