El comercio británico en la América Latina decimonónica

por Alef Pérez

En 1808, la Francia napoleónica invadió la península Ibérica. Tras tal acontecimiento, el comercio del Atlántico quedó en manos de los británicos a falta de una autoridad legítima en Portugal y España para defender sus intereses. En buena medida, Río de Janeiro en Brasil funcionó como el eje articulador de los movimientos de las mercancías en las colonias del Continente. 

En Latino América, las nuevas repúblicas sintieron la influencia de los británicos en su comercio internacional. En los primeros años de vida independiente, decidieron deshacerse de sus restricciones para el tránsito de productos por sus puertos marítimos, lo cual consideraron necesario para alcanzar el progreso material, aunque se convirtió en la ruta a la dependencia. Los productos manufacturados llegaron de forma continua, mientras las materias primas salieron.  

Desde una perspectiva política, las repúblicas latinoamericanas debieron aceptar las condiciones británicas del comercio trasatlántico. En buena medida, Londres tuvo la carta del reconocimiento diplomático, algo fundamental al ser la potencia hegemónica de aquel momento histórico y, por lo tanto, la relación internacional de mayor importancia. 

En el segundo cuarto del siglo XIX, los norteamericanos comenzaron a colocarse como el segundo gran socio comercial en América Latina, esto a través de una importante flota mercantil. En buena medida, logró posesionarse donde sus rivales no estuvieron interesados (Halperín, 1991: 7). De forma significativa, los comerciantes de Estados Unidos crearon bases comerciales en Venezuela y, por la frontera, en México. Vendieron productos propios, lo procedente de Gran Bretaña también fue comercializado por ellos, junto algunas mercancías del resto de Europa. 

A demás de la presencia de los norteamericanos, los franceses, de los principados alemanes y entre algunos grupos menores de otras regiones europeas pujaron por tener una cuota del comercio internacional con América Latina. Por su parte, los británicos no consideraron tener una competencia real, más bien, los otros comerciantes resultaron complementarios. 

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