El pueblo a finales de la Nueva España

En la época de las Reformas Borbónicas, la mayor parte de la población novohispana  trabajó en las faenas del campo y, entre ellos, los indios ocuparon el mayor porcentaje. La agricultura de los indígenas era de auto-subsistencia y no estuvieron conectados a la economía de mercado, por lo tanto, cuando una crisis agrícola los golpeó, ésta significó muertes masivas como se dio entre 1785 y 1786. 

En especial, los indios no pagaron diezmo, aunque contribuyeron con fuertes cantidades de tributo, que es un impuesto colectivo y fue a las manos de la corona española. Entre sus problemas, las haciendas tuvieron una gran dificultad para encontrar trabajadores, esto se debió a la baja densidad poblacional, su mala distribución y a que los indios no trabajaron fuera de su comunidad. Así, los terratenientes debieron buscar formas de mantener a sus trabajadores. El método fue dar salarios de subsistencia, frente los cuales los trabajadores debieron pedir prestado para completar sus gastos, mientras las deudas resultaron impagables, esto creó lazos de dependencia sólidos. Todas las necesidades de los campesinos eran cubiertas por las tiendas de raya pertenecientes al mismo hacendado que les dio trabajo. 

Por su parte, los obreros de las minas vivieron en pésimas condiciones, sin embargo, llegaron a tener un buen sueldo hacia mediados del siglo XVIII, lo lograron al obtener una porción del valor de la plata que llegaron a extraer. El tiempo cambió la situación y a finales de la colonia sólo percibieron un miserable sueldo, la jornada de trabajo no estuvo regulada y ni hablar de derechos laborales. Los proletarios de otros sectores vivían las mismas dificultades, por ejemplo, los desocupados poblaron las ciudades cada vez en mayor cantidad en los últimos años de la colonia y eran llamados plebe y el síntoma visible de los aspectos más inhumanos de la época, pues los harapientos y miserables a un paso de morir de hambre vivieron junto a los grandes palacios de la élite novohispana.    

De los 5 millones de habitantes de la Nueva España, la gran mayoría sufrió de las situaciones antes expuestas o alguna similar. Su rabia y desesperación resultaron inmensas, aunque no tuvieron idea de hacia dónde canalizarla. En consecuencia, los sectores nacionalistas de la élite jugaron un papel fundamental de guía, para mostrar el camino al pueblo y posteriormente éste desbordarse con sus pasiones y realidades. 

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