El crac del 1929

 A principios de 1929, Estados Unidos vivió los últimos momentos de un ciclo de ganancias especulativas impresionantes, los más optimistas llegaron a considerar que la misma perduraría por mucho tiempo y minimizaron cualquier signo de debilidad en el crecimiento. Al ir desarrollándose aquel año, el 24 de octubre comenzó con una inusual afluencia de personas en Well Street, Nueva York, quienes tuvieron sus ojos puestos en la Bolsa de Valores por el posible fin del periodo alcista.  

La jornada bursátil del 24 de octubre de 1929 comenzó a ser llamada como Jueves Negro, al darse un brusco desplome de las acciones, que creó pánico entre los inversionistas (Galbraith, 1989: 125). Well Street terminó convertido en una zona caótica con personas inmovilizadas o delirantes por las perdidas. En términos absolutos y no alejados de la realidad, todos buscaron vender sus acciones, nadie planteó comprar. Al medio día, en las oficinas de la poderosa casa bancaria J. P. Morgan, importantes hombres de negocio comenzaron a llegar, de forma temporal, detuvieron la vertiginosa caída de la Bolsa de Valores de Nueva York al dar confianza con su posible intervención.

Tras un respiro, los inversionistas vieron el comienzo de otra jornada a la baja, el llamado Martes Negro, el 29 de octubre de 1929, aunque en esa ocasión resultó ser mayor la caída. Frente tales acontecimientos, la intervención gubernamental fue inexistente (Tusell, 2001: 83), el dogma del liberalismo económico y de la mano invisible del mercado terminó por apoyar el colapso de la Bolsa de Valores de Nueva York. En las siguientes semanas, los descalabros continuaron y terminaron por forma al crac del 29. 

En la simbología de los inversionistas, quienes usan un movimiento alcista para enriquecerse son llamados toros, en contra posición, aquellos que logran posicionarse para ganar en rachas de caída son osos. Bajo tal consideración, el crac significó un inmenso golpe de los osos, que dejó a muchos mal heridos y hasta muertos, los cuales no sólo fueron metafóricos por la oleada de suicidios de quienes perdieron fortunas en la Bolsa de Valores, aunque aquellos que supieron actuar agresivamente y a tiempo obtuvieron importantes ganancias, mientras la mayoría perdió. Como ya se explicó, tal fenómeno comenzó en Nueva York y se expandió rápidamente por todos los centros bursátiles del mundo. 

Por sus estrechos lasos, la caída del mercado financiero tuvo sus consecuencias en la economía real. Así, tras el crac comenzó la Gran Depresión, que no sólo afectó a quienes estuvieron involucrados en el sector financiero, sino a todos aquellos que interactuaron en su momento con la economía capitalista internacional. 

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