Tras la conquista del imperio mexica, para los españoles,
la evangelización comenzó a ser una preocupación de vital importancia. En
primera instancia, las ordenes mendicantes mostraban un buen nivel de formación
teológico, esto les daba un mejor manejo de situaciones complicadas como
resultaba ser un viaje por el Atlántico para tratar con quienes consideraban
idolatras, que hablaban lenguas diferentes a las conocidas por ellos. En 1524,
los franciscanos arribaron a Veracruz y tras ellos otros grupos de frailes.
Para articular las acciones de evangelización, la corona
española mostró interés y actuó en el establecimiento de la Iglesia católica,
no estuvo dispuesta a dejar el trabajo al papado. Dispuso del diezmo, con el
cual construyó misiones, templos y catedrales. Es más, funcionó como
interlocutor entre la Santa Sede y la Iglesia en la Nueva España, todo debió
transitar por el Consejo de Indias, para tener su visto bueno. La situación
resultó incomoda, aunque se mantuvo sin grandes problemas. Por su parte, los diversos papas mostraron
especial interés por la implantación de la doctrina católica en las nuevas
tierras, en especial durante el siglo XVI para ampliar su base de creyentes,
momento en que enfrentaron en Europa la amenaza de la Reforma Protestante.
Para la organización de la Iglesia en la Nueva España, en
1527, la arquidiócesis de la ciudad de México fue fundada, con Juan de
Zumárraga como primer obispo. En general, los obispados y arzobispados
resultaron fundamentales, eran la punta de la pirámide de la jerarquía católica
(Barnadas, 2003: 190). En la mayoría de los casos, actuaron como en Europa con
arrogancia, al ser una nobleza eclesiástica sobre el resto de la población. Como
otro elemento de control, en este caso más riguroso, la Inquisición arribó al
virreinato.
Los obispados y arzobispados estaban sobre las
parroquias, sin embargo, éstas eran las que realizaban el trabajo directo con
la población y conformaban la célula básica de la vida católica. Para la
vinculación con la población española, actuaba en ellas el clero secular, los
sacerdotes no vinculados a las ordenes religiosas, en estos casos para conservar
la fe. En algunas ocasiones, los frailes actuaban en ellas, encargándose de los
indígenas de la localidad.
A partir de 1536, el Colegio de Santa Cruz logró ser un
centro de formación para la nobleza indígena en la cultura europea,
principalmente en la teología católica y su posterior incorporación al
sacerdocio (Semo, 1982: 239). Tal proyecto comenzó a tener tropiezos en la
segunda mitad del siglo XVI, momento en que la contrarreforma católica
impactaba las tierras novohispanas, con sus políticas conservadoras. Este cambio
también afectó a las ordenes religiosas, las cuales disminuyeron sus acciones
para comprender a la población local.
Comentarios
Publicar un comentario