El imperio español en América


Con la conquista de los imperios mexica e inca, la corona española consiguió hacerse de inmensos territorios e importantes concentraciones de población para explotar. Mientras la ciudad de México y Lima pasaron a ser ejes articuladores de la ampliación del territorio y cada una fue la capital de un virreinato.  
Desde la Península Ibérica, para la articulación de los contactos con el imperio en ultramar se utilizó el puerto de Sevilla, ahí se encontraba la Casa de la Contratación, que era fundamental para poder embarcar personas o bienes materiales a los virreinatos americanos. Esto constituyó un monopolio para asegurar el control de la corona española sobre lo que entraba a sus colonias y el arribo de mercancías, principalmente el oro y la plata.
Sobre cualquier otra institución en el tema de las posesiones en América, en 1523, el Consejo de Indias comenzó a funcionar con el beneplácito de la corona española. En sus primeras décadas de vida, tuvo la necesidad de sentar precedentes sobre todos los asuntos coloniales de ultramar, en un contexto donde sus ordenes tardaban meses en llegar a sus destinatarios. La institución estuvo conformada en esencia por funcionarios procedentes de la nobleza principalmente castellana, entre ellos eran preferibles los que contaban con una formación de letrados en las universidades (Elliott, 2003: 7). Entre los consejeros, muy pocos llegaron a conocer los territorios que administraban desde la Península Ibérica.
En tierras americanas, el virreinato pasó a ser la figura administrativa española de mayor importancia. En los siglos XVI y XVII existieron dos: el de la Nueva España y el de Perú. Los hombres que llegaron a tener este cargo eran la palabra del rey en su imperio de ultramar, en términos administrativos, sólo estaban por detrás del Consejo de Indias, aunque en casos de emergencia y decisiones rápidas eran quienes contaban. Para evitar los problemas de intereses, se buscó nobles de segundo nivel para ocupar cargos tan importantes, al considerar que la alta nobleza podría buscar la independencia de la corona y con el tiempo se perfeccionó un sistema de rotación constante, donde sólo duraban seis años en el cargo.
Los virreinatos de la Nueva España y Perú contaron con sus capitanías generales para administrar las tierras más distantes. En un caso particular, en el Lejano Oriente, las Filipinas estuvieron bajo jurisdicción novohispana. En el ámbito local, las alcaldías mayores o corregimientos fueron las encargadas de llevar los designios de la corona española a la población.


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