Con el precedente de los logros de tiempos de los Reyes
Católicos, para el siglo XVI, España capitaneada por la casa reinante de los
Habsburgo logró un éxito impresionante, dominó buena parte del continente europeo
y creó un inmenso imperio colonial en América. Sin embargo, tales logros le
costaron mucho a la monarquía, debido a que en lugar de continuar las
transformaciones rumbo a la consolidación del absolutismo, logró mantener su
situación, lo que derivó en un estancamiento, mientras sus rivales europeos
buscaron potenciar la eficiencia de sus sistemas de gobierno.
A mediados del siglo XVI, el primer golpe importante a la
integridad territorial del inmenso imperio de los Habsburgo fue la sucesión de
Carlos I, el cual dejó el Sacro Imperio Romano Germánico a su hermano menor,
Fernando I, mientras su hijo, Felipe II, quedó como rey de España junto el
resto de las posesiones en Europa, América y Asia con las Filipinas, él logró
mantener la unión de sus territorios. Tras este momento, los reyes españoles fueron
perdiendo dominios en el Viejo Continente, mientras su fuerza dejaba de ser una
amenaza para los rivales.
Entre los siglos XVI y XVII, los reyes españoles no lograron
consolidar un sistema fiscal eficiente. Su mayor fuente de riqueza fueron las
minas de oro y plata de los virreinatos americanos. Sin embargo, la
administración y las guerras resultaron tener un costo creciente, el cual no
logró esperar el arribo de los metales preciosos procedentes de América, en
consecuencia, la corona tuvo que solicitar prestamos. Al no tenerse un control
sobre los gastos, cayó en bancarrota en 1556 y en otras ocasiones, estos acontecimientos
llegaron a afectar profundamente el aparato burocrático de quienes se
declararon en quiebra y, de paso, a todo el sistema financiero europeo.
A lo largo de dos siglos, la monarquía Habsburgo de
España enfrentó una y otra vez la guerra, pasando con el tiempo de la ofensiva
a la defensiva. En buena medida, su infantería comenzó a ser obsoleta para
mantener el control en Europa, mientras la armada sufrió lo mismo en los mares.
No se pudo hacer mucho, mientras el poderío militar de Holanda, Inglaterra y
Francia crecieron.
En el siglo XVII, en medio de una crisis general sufrió
más el centro del imperio español en la Península Ibérica, que mostraba una
serie de síntomas de descomposición. Perdió población al grado de pasar de ocho
millones y medio de habitantes a sólo siete millones, esto llevó al derrumbe de
la capacidad productiva. El sistema monetario empezó a descomponerse, al grado
de ser comunes las transacciones a través de trueque. En cierta medida, la
burocracia absolutista pareció derrumbarse.
En otro problema, la salud de la familia real resultaba
fundamental en los reinos absolutistas, por ser sólo ella la garantía de la
estabilidad en la cúspide del sistema político. Sin embargo, los constantes
matrimonios entre los parientes les estaba cobrando muy caro, por acarear
problemas de salud. Al final, en 1700, Carlos II Habsburgo de España murió sin
descendencia (Anderson, 2009, 102), esto convirtió a España en el botín de
Europa y desató la Guerra de Sucesión.
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