Entre los siglos III y V
d.C., el Imperio Romano no funcionaba bien con el esclavismo, por la falta de
guerras de conquista para obtener esclavos. Por su parte, los barbaros
invasores llegaban acompañados de modos de producción diferentes, estaban en
una situación cercana a los términos teóricos del comunismo primitivo, donde
los lazos comunitarios resultaban fundamentales, aunque ya mostraban ciertos
niveles de jerarquización, que los encaminaban al despotismo tributario. Las formaciones
sociales convivieron y fueron generando un hibrido capaz de ser viable, que
conocemos como feudalismo y estuvo presente de forma dominante desde el siglo
IX a.C.
Por las particularidades
de su surgimiento, el feudalismo estuvo localizado en esencia en Europa
Occidental, de la forma más cercana a sus planteamientos teóricos fue el
territorio que hoy conocemos como Francia. Es de señalarse, las pequeñas
unidades autárquicas resultaron ser la regla, por la independencia de los señoríos
unos de otros y presentar relaciones mínimas entre ellos.
En términos sociales, la
nobleza señorial ocupaba la cúspide de la pirámide social, también se le da la
definición de feudataria. Estaba diferenciada por el derecho de vasallaje,
donde un señor superior llamaba a la guerra a uno inferior. En la base, los
siervos no tenían dueños, aunque formaban parte de las tierras que trabajaban,
las cuales sí tenían un propietario (Anderson, 2005: 147), que era un feudatario.
Las poblaciones también estaban subordinadas a los señoríos.
En la mentalidad, la institución
de la Iglesia católica daba la pauta. En tal contexto, el desarrollo de las
ciencias sociales estuvo bloqueado, mientras lo teológico prosperó junto las Sagradas
Escrituras. Por su parte, los siervos mostraron una constante preocupación de
las mejoras técnicas aplicadas a la producción, al ser de ellos el excedente.
Por su parte, en lo
económico, el feudalismo estaba basado en la tenencia de la tierra, con una
relación de renta, donde el noble funcionaba como propietario y el siervo arrendaba.
En una herramienta más de control, el molino para moler el trigo pertenecía al
señor y solo podía ser usado con su permiso, esto resultó relevante al
considerar la importancia del pan en la alimentación. Cada señorío contaba con
los suficientes elementos para abastecerse en términos materiales, ya fuera con
talleres para la producción o el bosque al considerar las materias primas.
En el siglo XIII d.C.,
las ciudades comenzaron a tener la fuerza de introducir mercancías a los
feudos, lo que comenzó a romper el autoabastecimiento de los territorios. Los
señores feudales no estaban acostumbrados a las transacciones monetarias con
oro y plata de la naciente burguesía, por lo cual se lanzaron a una serie de
guerras de rapiña. Adicionalmente, el desgaste de la tierra y la sobre
exigencia de rentas por parte de los señores feudales provocaron una crisis
agrícola. La estructura productiva del feudalismo comenzó a tambalearse (Le
Goff, 2004: 276), mientras que en el siglo XV d.C., las relaciones capitalista
resultaban dominantes en Europa Occidental.
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