El cambiante territorio del Imperio Bizantino


En 395 d.C., el emperador romano, Flavio Teodosio, dividió el imperio en dos. Tal acción era en primer lugar una cuestión administrativa, aunque existían razones más profundas. A grandes rasgos, el Occidente estaba agotado y tenía los días contados. Por su parte, el Oriente floreció en lo económico y poseía amplias reservas de población, es de señalarse, también se conoció como Bizancio.
Para 476 d.C., el Imperio Romano de Occidente desapareció, sus tierras pasaron a manos de grupos de bárbaros del norte, esta catástrofe resultó estremecedora en el lado Oriental sobreviviente, aunque no pudo hacer nada para evitar la catástrofe. En el siglo VI d.C., el emperador bizantino, Justiniano I, comenzó una serie de campañas, logró recuperar el oeste del Mediterráneo Africano y la Península Itálica (Romero, 2004: 27), esta última, corazón simbólico del Imperio Romano. Sin embargo, no consolidó el domino sobre aquellas tierras.
No sólo se trataba de conquistas y reconquistas, el Imperio Bizantino estuvo ocupado en la defensa de sus fronteras. Por un lado, los bárbaros del norte amenazaron en diversas ocasiones, aunque por el lado de la Península de los Balcanes tenían la defensas naturales del río Danubio (Maier, 1983: 9), que mínimo mitigaba las invasiones. Por otro lado, los persas mantuvieron una situación de constante presión hasta ser ellos barridos por el primer Califato de los oméyades o de Damasco por su capital, éste logró arrebatar el oriente de la costa africana del Mediterráneo y en especial Egipto a los bizantinos, este último era importante por su población y economía. En buena medida, la parte de Anatolia o Asia Menor, la actual Turquía fue protegida por los Montes Tauro, lo que alentó la marcha de los invasores y permitió una reorganización militar capaz de contener y repeler. 
A pesar de los golpes sufridos por los bizantinos, su capital, Constantinopla, resultó ser fundamental para la permanencia durante más de mil años del imperio. Funcionaba como centro comercial, el más importante del Mediterráneo durante varios siglos, era un enclave fundamental entre Asia y Europa.
A pesar de sus fortalezas, Constantinopla no era inexpugnable. En 1204 d.C., los venecianos y franceses de la Cuarta Cruzada invadieron con éxito la ciudad y así controlaron temporalmente sus rutas comerciales. Los bizantinos encontraron refugio en Nicea, que funcionó temporalmente como su capital, ahí reorganizaron el imperio y retomaron fuerzas para recuperar el control. Para 1453, la historia resultó diferente, los turcos-otomanos derrotaron al último emperador, Constantinopla fue saqueada (Pirenne, 1995: 367) y sobre ella se comenzó a construir una nueva ciudad, Estambul. Así, la historia de la Roma de Oriente llegaba a su fin.

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