El arte como mercancía en el siglo XIX


De forma palpable desde mediados del siglo XIX, la burguesía reforzó como parte de su identidad la compra de objetos artísticos. Ningún grupo social previo había gastado tantos recursos y adquirido una cantidad semejante de estas creaciones, por el gusto de poseerlas y disfrutarlas. Aunque, al observarse la consecuencia de la subida de los precios, lo llegaron a considerar una inversión. 
            En Gran Bretaña, unos cuantos coleccionistas terminaron por subir el valor de las pinturas contemporáneas de forma impresionante, llegaron a competir por tener lo que consideraban el arte más refinado (Hobsbawm, 2003: 290). Adicionalmente, algunos artistas lograron consolidar fortunas con trabajos que en otra época no hubieran dado ganancias importantes. Es de señalarse, en los años cincuenta del siglo XIX, una pieza de mobiliario francés del siglo XVIII -que podía verse como símbolo de estatus- alcanzó las mil libras, una década después, al menos ocho piezas semejantes llegaron a las 30 mil libras.
A la par de la burguesía, la naciente clase media comenzó a acumular objetos artísticos, en buena medida como un reflejo de sus aspiraciones sociales de lograr ser como los grandes compradores. Por inercia, algunos proletarios intentaban realizar adquisiciones similares, esto formaba parte de sus intentos de ser parte de la misma cultura de sus patrones. A pesar de que todo mundo buscaba poseer una pieza original, la producción industrial y la fácil replicación de algunos elementos permitió la adquisición de copias por individuos con baja capacidad adquisitiva.
En el aspecto de la arquitectura como arte, los gobiernos emprendieron la construcción de imponentes edificios, en buena medida como una demostración de su poderío y capacidad de crear tales edificaciones. Por ejemplo, a mediados del siglo XIX, la ciudad de Viena derribó sus viejas murallas y baluartes para construir un bulevar circular, ahí quedaron asentadas importantes edificaciones distintivas de los diversos rasgos de la sociedad dominada por la burguesía decimonónica. En algunos casos, las ciudades provincianas construían enormes y lujosos espacios administrativos, que superaban por mucho las necesidades de espacio requerido para sus sistemas administrativos.     
En las ciudades más importantes, los gobiernos construyeron enormes y lujosos teatros. Por su parte, la burguesía llegó a hacer lo mismo, en estos casos no sólo era una demostración de poder económico y de estatus, también daba a estos hombres acceso fácil a las hermosas bailarinas y cantantes, que se presentaban en sus recintos.
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