En las guerras napoleónicas, Portugal sólo pudo ser
aliado incondicional de Gran Bretaña, de lo contrario colocaba en peligro sus
posesiones de ultramar. Esto enfureció a los franceses en 1808, los cuales
marcharon directamente sobre Lisboa. Estaba en el poder, Juan IV Braganza, el
cual optó por abandonar su reino en Europa y refugiarse con todo el gobierno,
la corte, una guarnición militar y una gran cantidad de súbditos en su colonia
americana: Brasil. Durante, el viaje fue protegido por los barcos de Gran
Bretaña.
En los primeros días de 1808, Brasil tuvo la
representación monárquica en su territorio, fue el único caso de este tipo en
América. Adicionalmente, en lugar de sufrir las guerras de independencia de las
colonias españolas, comenzó un momento de prosperidad económica por el vinculo con
Gran Bretaña, que necesitaba enormes cantidades de materias primas. Aunque los
intereses de los criollos brasileños fueron tocados, por la avalancha de
notables portugueses que se apoderaron de los mejores puestos gubernamentales y
se enquistaron en las actividades más productivos a través de las influencias.
Las fuerzas napoleónicas se retiraron de Portugal en
1814, la situación era propicia para que Juan IV regresara a Europa, aunque se
había acostumbrado a vivir en el lado americano de su imperio y no se movería
de ahí con facilidad. En 1815, de forma legal, Brasil se convirtió en reino, con
los poderes centrales del imperio y toda la burocracia, estaba a la par de
Portugal, aunque en los hechos esta última pasó a ser la colonia.
Al dar otro giro los acontecimientos, la revolución española
de 1820 tuvo eco en Portugal, en donde comenzaron la organización de sus
propias Cortes. Llamaron a Juan IV a encabezar los cambios como soberano de
Portugal, frente la posibilidad de perder el reino de origen en Europa por la
radicalización de los liberales, el rey cruzó nuevamente el Atlántico para
enfrentar el desafío político, dejó a su hijo Pedro como regente de Brasil.
En el nuevo contexto, las Cortes Portuguesas mostraron
ser profundamente anti-brasileñas (Bethell, 1991:
189), no le daban importancia a su papel para conservar la autonomía de
la corona frente la invasión francesa y destacaban el enorme poder adquirido
por una colonia frente el reino de origen en Europa. No se perdió el tiempo, se
solicitó también el regreso de Pedro, sin embargo, este aconsejado por la élite
brasileña, optó por quedarse en Brasil y desobedecer.
Nuevamente, las Cortes solicitaron el regreso Pedro
Braganza a Portugal, en esta ocasión no sólo se negaría, pues respondió con el
decreto de independencia de Brasil, como Imperio bajo su mando en 1822, donde
el se convirtió en el soberano: Pedro I, las fuerzas de todas las élites desde
conservadoras hasta revolucionarias brasileñas lo respaldaron.
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