En el último
cuarto del siglo XIX y principios del XX, la creciente producción industrial no
llegó sola, los obreros crecieron en número y su presencia era cada vez más
notoria en las ciudades (Hobsbawm, 2005: 122), donde surgía la preocupación de
los grupos gobernantes de un posible cambio político a favor de aquel grupo
social, lo cual no sucedió en ese momento histórico. Tal situación, resultaba
palpable en las potencias de la época, aunque en algunas naciones de segundo
orden también resaltaba el crecimiento numérico de los trabajadores de las
fabricas.
En términos generales, algunas familias contaban con tradición de unas
cuantas generaciones de obreros, espacialmente en Inglaterra. Sin embargo, la
mayoría pasaban de los gremios artesanales en decadencia y de entre los
campesinos a los grupos proletarios. En muchos casos, tal cambio de profesión
necesitaba de una migración, que podía ser dentro de un territorio nacional o
hasta se cruzaban océanos.
Entre los obreros, la especialización casi nunca resultaba una necesidad
para su colocación en un puesto de trabajo. Así, en la mayoría de las
ocasiones, el incremento de la producción se lograba a través de un mayor
número de contrataciones en las fabricas, las cuales resultaban ser lugares con
poco orden. La maquinización del trabajo y la necesidad de operarios
calificados estaba en sus comienzos, en los Estados Unidos a principios del
siglo XX, el empresario visionario, Henry Ford, tuvo dificultades para
encontrar y preparar a sus trabajadores para la línea de ensamblaje del Modelo
T.
En lo política, en las regiones de Europa que tenían sistemas democráticos se
crearon y crecieron partidos
relacionados con el proletariado como clase social representada, hasta en los
mismos Estados Unidos llegaron a tener una cierta fuerza al final del periodo. Enarbolaban
valores socialistas, algunos llegaban a mostrarse con actitudes francamente
desafiantes frente el orden de las cosas establecido.
Es de resaltarse, los
partidos políticos de los trabajadores casi siempre tenían un campo de acción
nacional, sus ligas internacionales resultaban débiles. Entre los obreros, en
la mayoría de los casos se anteponían las entidades nacionales a la de clase, por
ejemplo, el proletariado checo veía con desconfianza al alemán. Otro elemento
de distinción era la religión, creándose diferencias entre los católicos y los
diversos grupos de protestantes en Europa, esto llegó a reflejarse hasta en la
conformación de sindicatos.
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