En la posrevolución, el
agrarismo fue tomado como bandera de los gobiernos mexicanos, en parte, para
lograr la desmovilización y cooptación del campesinado (Bartra, 1985, p. 26). El
cual comprendió la importancia del régimen para obtener algo desde lo
institucional, aunque resultó normal que sus reclamos superaran lo ofrecido.
Fuera de las
riendas institucionales del régimen, una parte del agrarismo veía su movimiento
como algo permanente, al menos hasta la destrucción total de la propiedad
privada de la tierra de los grandes terratenientes. Consideraban que
alcanzarían la justicia social hasta dotar de tierras a todos los que
trabajaban en las mismas.
La acción
de los campesinos no resulta igual en las diversas regiones del país. Por
ejemplo, en el estado de Morelos, los antiguos zapatistas obtuvieron el
reconocimiento de sus tierras a principios de los años veinte y, a finales de
la misma década, el 80% de las familias campesinas tenían tierras. Así, las
luchas de poco tiempo antes del Ejército Libertador del Sur había rendido sus
frutos. Para el régimen, los conflictos resultaron menores en aquellas tierras.
Desde otra
perspectiva, los campesinos tuvieron que buscar alianzas con aquellos caciques que
tuvieran la capacidad y deseos de movilizarlos. En particular, en el estado de
Veracruz con Adalberto Tejeda mantuvo una postura combativa, sus agraristas
armados formaron parte de las fuerzas victoriosas frente las rebeliones
militares delahisrtista y escobarista. En pleno maximato, mientras el reparto
agrario se detenía a nivel nacional, Tejeda y sus agraristas radicalizaron sus
posturas y llegaron a realizar expropiaciones por su cuenta. Sin afectar el
reparto agrario local, las fuerzas federales golpetearon constantemente hasta
desarticular a los agraristas veracruzanos como una fuerza armada.
En el
cardenismo, el ímpetu de los campesinos por su lucha conectó con la renovación
del agrarismo oficial. En 1935, la región conocida como la Comarca Lagunera
resultaba ser un hervidero de demandas, las huelgas de peones resultaron cada
vez de mayores dimensiones en diversas haciendas algodoneras, hasta llegar a
una huelga general (Carr, 1996: 93). Para 1936, el presidente, Lázaro Cárdenas,
decidió actuar a favor de lo que consideraba justo, así, creó grandes ejidos
colectivos en aquella región, lo cual significó su primer gran reparto agrario
y comienzo de sus políticas radicales.
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