En la Inglaterra del siglo XVII, la ejecución del monarca Carlos I Estuardo y la fugas república eran vistos como tiempos turbulentos en la restauración de Carlos II, el cual en 1685, dejó el trono a Jacobo II, a través de una sucesión monárquica tranquila. Al menos en apariencia, el absolutismo y la casa reinante Estuardo estaban retomando su camino en aquellas tierras.
Frente el relevo en la monarquía de 1685, los whigs -identificados con la burguesía y su naciente liberalismo- comenzaron a mostrarse inquietos. Consideraron necesario contener el absolutismo a través de equilibrios de poder (Tenenti, 1999, 168). Sin embargo, descartaron la posibilidad de llegar a la república, la experiencia de mediados del siglo XVII la volvieron muy peligrosa y difícil de controlar, al considerar el peligro de proclamas y revueltas populares.
Las posibilidades de una confrontación crecieron con el nacimiento del hijo de Jacobo II en agosto de 1688, el cual sería educado en el catolicismo por su madre, María de Módena (Mantecón, 2002: 472). Esto apartaba de la línea sucesoria a las hijas mayores del mismo rey, que fueron educadas bajo los dogmas del anglicanismo, la corriente protestante dominante en Inglaterra. En tal coyuntura, los tory -identificados con los terratenientes y conservadores- comenzaron a considerar la posibilidad de la rebelión.
En octubre de 1688, Guillermo de Orange aprovechó la situación para realizar una expedición militar con el respaldo del rey de Holanda, así como el de los principales grupos de poder en Inglaterra, sin olvidar su relación con la casa reinante Estuardo a través de su matrimonio con María, hija de Jacobo II. Tal movimiento resultó facilitado por estar las tropas de Luis XIV de Francia en su frontera con los principados alemanes, que imposibilitó una intervención a favor del monarca en peligro. Por su parte, el rey decidió organizar su ejército para repeler la invasión, sin embargo, comenzó a tener deserciones importantes, en consecuencia, intempestivamente abandonó el campo de batalla.
Para 1689, Guillermo I de Orange asumió la corona y, más importante, la monarquía-parlamentaria conformó la forma de gobierno de Inglaterra, que era un sistema con contrapesos políticos. En lo social, la burguesía consiguió el derecho de ciudadanía y la posibilidad de actuar con libertad para potenciar su acumulación de capital (Wallerstein, 2007: 168). La aristocracia mantuvo sus privilegios. A grandes rasgos, se trató de un pacto nacionalista entre toda la élite gobernante inglesa.
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