En la Nueva España de la primera mitad del siglo XVI, los
frailes destacaban por su vocación de servicio. Comprendieron y cuidaron de los
indígenas, predicaron con la palabra y el ejemplo las enseñanzas del “señor”
para lograr una evangelización perdurable de aquellas almas, muchos aprendieron
las lenguas locales para poder profesar en las mismas, creyeron posible
recuperar la pureza del cristianismo primitivo olvidada en Europa (Moreno,
2003, 61). No es posible determinar cuantos actuaban de esta forma, aunque
dejaron una impresión perdurable en la sociedad donde se desenvolvieron.
Entre los doce primeros franciscanos llegó fray Toribio
de Benavente, quien escuchó a los indígenas nahuas murmurar: “motolinía,
motolinía”, al ver a los religiosos pasar. Preguntó que significaba esa
palabra, la respuesta fue pobre o pobres, decidió tomarlo como nombre: Motolinía
(Ricard, 2004: 225). Resultaba probable, varios compañeros de su orden
religiosa como de los dominicos y agustinos merecían el mismo sobrenombre, lo
cual otorgaba una identidad similar a la de los indígenas, a los cuales
llegaron a evangelizar.
Un caso extremo de sincretismo con las carencias de los
indígenas fue el de fray Antonio de la Roa, quien dejó sus sandalias para
caminar descalzo como los indígenas, escogió rudas telas para su vestuario al
ver la casi desnudes de sus feligreses, también decidió privarse de los gustos en
la comida y en la bebida. Su prédica no se detenía en las palabras, llegaba a
buscar acciones con impacto, por ejemplo al referirse al infierno se lanzó
sobre brasas encendidas, al quitarse mencionó: que sí él no soporto mucho
tiempo ¿Qué sería en el fuego eterno? Sus enseñanzas calaron hondo y facilitó
la conversión de la población originaria que lo conoció.
Al correr del tiempo, la actitud de los misioneros
contrastaba frente la de la mayoría de los españoles, los cuales llegaban con
codicia a las tierras novohispanas, buscaban riquezas materiales y no estaban
dispuestos a detenerse para conseguirlas. Por su parte, la actitud de los
primeros frailes resultó diferente, ellos intentaron ser como los indígenas
para llegar a conquistar sus almas y llevarlos a la fe católica.
En cierta medida, los frailes estaban impregnados del
humanismo del Renacimiento. Sin embargo, para la segunda mitad del siglo XVI
(Semo, 1982: 240), la contrarreforma en Europa ganó fuerza y la codicia de la
Iglesia comenzó a reflejarse en las tierras novohispanas. Las ordenes
religiosas fueron perdiendo el prestigió ganado en las décadas anteriores y su
libertad de acción con los indígenas.
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