La Revolución Mexicana no conformó un movimiento
ecuménico, que pusiera a sus ejércitos en marcha para conquistar, como lo
realizó la Francesa de forma defensiva a finales del siglo XVIII. Aunque en
algunas ocasiones, los gobiernos posrevolucionarios apoyaron grupos radicales,
como fue el caso del respaldo al rebelde César Augusto Sandino en Nicaragua, en
contra de los deseos de Estados Unidos, quien se puso del lado del gobierno
conservador (Lajous, 2013: 190). También recibían refugió conspiradores e insurrectos
poco exitosos en sus tierras.
A pesar
de las chispas de internacionalismo rebelde, la cultura conformó la mayor
presencia mexicana en América Latina. Los hombres de las letras comenzaron a
viajar a las diversas repúblicas del sur para representar y difundir el
dinamismo social de un pueblo revolucionario. No todo resultó de terciopelo con
los gobiernos anfitriones, por ejemplo, Antonio Caso terminó encabezando una
manifestación estudiantil por la reapertura de la universidad en Lima, Perú,
que había cerrado el régimen conservador de aquella nación.
En el obregonato, primero desde la SEP y después en la
Universidad, José Vasconcelos comenzó a
difundir la cultura mexicana en América Latina. Encabezó la más grande
delegación mexicana en el extranjero hasta aquel momento, recorriendo las
mayoría de las ciudades importantes del Cono Sur. En Buenos Aires, Argentina,
lo recibieron universitarios que habían conocido México un año antes en el
Congreso Internacional de Estudiantes. La colección de libros clásicos que era
entregada a las escuelas y comunidades de México, llegó a darse gratuitamente o
a bajo precio a los pueblos hermanos del continente.
A través de las misiones culturales, el gobierno mexicano
comenzó a tener presencia y liderazgo en las repúblicas latinoamericanas. En
tal contexto, el presidente, Álvaro Obregón, decidió promover las legaciones al
rango de embajadas en Argentina, Brasil, Cuba, Chile y Guatemala (Yankelevich,
2006: 305). Las autoridades en Río de Janeiro dieron la primera respuesta a la
cortesía mexicana, poco a poco fueron sumándose otros.
En los años treinta, la mayoría de las repúblicas
latinoamericanas dio un viraje político a la derecha, con actitudes casi
fascistas, el régimen militar y la persecución política resultó común en
América Latina. Esto aisló al cardenismo
en la región, el cual posicionó sus políticas en el otro extremo ideológico: la
izquierda revolucionaria.
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