Carreteras y vías férreas (1940-1982).


Entre 1940 y 1982, México sufrió una enorme transformación en los transportes de pasajeros y mercancías. La red ferrocarrilera logró interconectarse a lo largo y ancho del país, sin dejar rincones aislados. Por su parte, la carreteras llegaron a las principales ciudades y comenzaban el acercamiento a poblaciones más pequeñas, en beneficio de la maquina de combustión interna.
            La administración obrera de los ferrocarriles no perduró mucho después de su creación en el cardenismo y paso a ser manejada por burócratas a principios de los años cuarenta. En aquel momento, se experimento una sobre demanda de servicio por la Segunda Guerra Mundial, el desgaste de la infraestructura resultó importante, aunque las reparaciones fueron suficientes para mantener funcional la infraestructura y no sufrir grabes problemas por el servicio. En las décadas posteriores creció y se modernizó el inventario de material rodante.
            Desde los tiempos del porfiriato, las penínsulas de Yucatán y Baja California contaban con sus propias líneas férreas, sin embargo, estaban diseñadas para vincularse con el exterior, fueron conectadas al resto del sistema en los años cincuenta, como parte del esfuerzo para lograr la integración del territorio nacional. Las ampliaciones continuaron en los años sesenta para conectar las diferentes líneas ya existentes. En 1952, la Constructora Nacional de Carros de Ferrocarril comenzó operaciones, esto resultó fundamental al ser México capaz de abastecerse de material rodante y abandonar la dependencia de maquinaria con el exterior. Desde finales de los años setenta, el sistema férreo mostraba congestionamiento y caos, de ahí en adelante comenzó el deterioro estrepitoso de la compañía perteneciente al gobierno mexicano.
En los cuarenta, la red de carreteras tenía poco más de una década de haber comenzado su construcción, ya conectaba ciudades y puertos de importancia. Ningún gobierno dejó de construir, mientras se asfaltaban las avenidas y calles de buena parte de las ciudades del país, comenzaba a ser un elemento de competencia frente la red ferroviaria (Peña, 2006: 374). Así, algunas empresas no necesitaban contratar los servicios de los ferrocarriles, podían tener su propia flotilla de camiones. El uso del automóvil pasó a ser un sinónimo de estatus, la mayoría de los dueños conformaban la creciente y pujante clase media, lo usaban para ir a trabajar, vacacionar, visitar familiares o realizar negocios.
Para 1952, la México-Cuernavaca comenzó operaciones como la primera autopista de peaje, más otras novedades como no interactuar con el tráfico de la vieja carretera, cuatro carriles y un camellón central, la México-Querétaro ya estaba en construcción junto con algunas otras.  En los años setenta, las carreteras absorbieron el crecimiento de la demanda de transporte interno, mientras el sistema férreo comenzaba a rezagarse.   

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