La República Restaurada concesionó e inauguró la
primera línea ferroviaria, dio una nueva alternativa al camino entre la Ciudad
de México y el puerto de Veracruz. Se había logrado algo, sin embargo, el
retraso resaltaba descomunal frente Europa y los Estados Unidos, hasta algunas
naciones latinoamericanas como Brasil llevaban una amplia ventaja.
Al llegar al poder, Porfirio
Díaz firmó 28 contratos para ver locomotoras por todo el país, al menos en ese
momento de su primer cuatrienio, sólo estuvieron listos 226 kilómetros y
muchísimos más quedaron en proceso de construcción. Manuel González fue
presidente de 1880 a 1884 y cosechó el trabajo realizado en la administración
anterior al quedar terminados en su periodo 7,744 kilómetros.
Los norteamericanos
construyeron la mayor parte de la red ferroviaria del porfiriato, tenían como
propiedad el 42% (Speckman, 2004: 210), en un segundo lugar relevante estaban
los británicos. A pesar de ser de capital extranjero, las empresas eran
consideradas mexicanas por formalismo. En los albores del siglo XX, frente
dificultades en el servicio, el gobierno compró las acciones y tomó el control
de dos compañías, lo cual dio origen a Ferrocarriles Nacionales de México, los
grupos de interés de extranjeros no vieron con buenos ojos la acción.
La frontera norte tuvo varios
puntos de contacto por líneas férreas con los Estados Unidos, también llegaron a
integrar en el sureste una ruta a Guatemala. Las dos costas eran tocadas en
diversas ocasiones y la línea del istmo de Tehuantepec logró crear una conexión
directa entre el Pacífico y el Atlántico. Las principales ciudades albergaron
estaciones. Diecisiete estados eran cruzados por los ferrocarriles, las dos
penínsulas tenían vías, aunque no unidas al resto del sistema. Las rutas más
importante estaban bien diseñadas y contaban con mantenimiento, no se podía
decir lo mismo de las secundarias.
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Locomotora de vapor de la época porfirista de la Compañía minera El Boleo, en el pueblo minero de Santa Rosalía, Baja California Sur. Fotografía de diciembre del 2018. |
En el
ocaso del porfiriato, las vías férreas alcanzaban los 20,000 kilómetros,
lograron la integración de la economía nacional con una red eficaz y rápida,
rompiendo la inercia de los regionalismos, junto la creación de lazos fuertes
con la economía internacional. Eran el símbolo del progreso material de la
Revolución Industrial, que al fin había llegado a México.
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