En el porfiriato, la
clase media urbana creció y mejoró sus condiciones. A principios del siglo XX, no
consideraba la paz social como una victoria del régimen, la veía como algo
cotidiano, el recuerdo colectivo de la caída de uno y otro gobierno para ser
remplazado por otro inestable se había perdido, por lo cual no tenía una razón
para apoyar al régimen y temer al caos. Anhelaban los lujos de la élite, que no
lograban obtener.
La clase
media no revindicaba demandas sociales, se desentendió del sufrimiento de los
obreros y campesinos. Buscaba derechos políticos, poder involucrarse en las
decisiones del gobierno, en tal situación, la democracia resultaba la forma
normal de dar cabida a sus planteamientos, sin embargo, pocos lograban
comprender esta cuestión.
En la
clase media, los jóvenes eran los más beligerantes, criticaban constantemente
al régimen. Su formación en escuelas normalistas, de jurisprudencia o hasta en
la Nacional Preparatoria, les otorgó un panorama de conocimientos novedosos,
para demandar sus derechos civiles y políticos. El progreso del porfiriato creó
un formidable enemigo con la extensión de la educación, el cual no habían enfrentado
otro gobierno previamente. Entre ellos se encontraron los modernistas y,
posteriormente, los ateneístas, quienes rechazaron los principios de la
ideología oficial del positivismo, según ellos, una sociedad no se podía guiar
por ideas tan burdas como el “orden y progreso”. En acontecimientos más
radicales, algunas huelgas estudiantiles criticaron directamente al régimen
como la de 1896, que reclamaba el fraude electoral de una relección más de
Díaz.
Durante
los primeros años del porfiriato, la Iglesia católica estuvo bien con el gobierno,
los tiempos del liberalismo decimonónico anti-clerical habían llegado a su fin.
Sin embargo, las suspicacias empezaron a crecer durante el último decenio, con
las demandas políticas y sociales. Al tener un contacto cotidiano con los
desposeídos, una parte de los párrocos comenzaron a criticar al régimen por las
malas condiciones de vida de los obreros y campesinos, esto tuvo un respaldo
desde el Vaticano al fomentar, el papa León XIII, el catolicismo social
(González, 2000 692). Algunos
periódicos religiosos se atrevieron a criticar a Porfirio Díaz, terminaron cerrando
sus puertas por la persecución. Adicionalmente, llegaron una serie de cultos
protestantes desde Europa y los Estados Unidos, el régimen les deba la
bienvenida, mientras el catolicismo se sentía traicionado, al haber sido
durante casi cuatro siglos la única religión con presencia en el país.
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Elementos de la crisis del porfiriato.
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