por Alef Pérez
Entre el surgimiento del Primer Imperio Mexicano y la caída del Segundo existieron alrededor de treinta proyectos para la fundación de bancos, que realizaron un excelente análisis de los problemas económicos del país. Sin embargo, pocos pasaron del tintero, la falta de recursos y la inestabilidad aplastaron la puesta en marcha de casi cualquier institución. Unos cuantos lograron constituirse, aunque casi siempre por poco tiempo.
En el siglo XIX, los analistas económicos plantearon constantemente la necesidad de la industrialización, el único proyecto de institución crediticia que llegó a la puesta en práctica alguna acción en este sentido fue el del Banco de Avío, fundado en 1830. En esencia, apoyó a las fabricas textiles de la región de Puebla (Marichal, 1998: 116). En varias naciones de América Latina, fue un ejemplo a seguir. Sin embargo, desapareció después de poco más de una década en funcionamiento.
En 1837, el Congreso de la Unión aprobó la fundación del Banco Nacional de Amortización de la Moneda de Cobre. El cual comenzó operaciones al poco tiempo, utilizó los recursos de la comercialización del tabaco. Así, en la teoría, obtendría la capacidad de retirar del mercado las monedas de cobre, poco apreciada por la facilidad de falsificarla. Tras una vida sin resultados, en 1841, la institución desapareció, quedando en su lugar la Caja para la Amortización de la Moneda de Cobre, que tampoco logró algo por la falta de recursos.
En la década de los treinta del siglo XIX, los esfuerzos para crear instituciones de crédito fueron relevantes, sin embargo, no pudieron sentar bases. Tardo tiempo en llegar un siguiente proyecto que lograra cimentar, el cual se dio durante el Segundo Imperio. Es de resaltarse, los recursos no procedieron de la hacienda pública o de la iniciativa privada nacional, ni siquiera de los franceses quienes apoyaron al régimen, llegaron de Gran Bretaña y, en específico, de su sistema financiero en la City londinense, eje del capitalismo global de aquel momento. En 1864, el Banco de Londres, México y Sudamérica abrió sus puertas, comenzó a prestar para los grupos más privilegiados del país y a guardar sus recursos monetarios.
Tras la caída del Segundo Imperio, el Banco de Londres, México y Sudamérica sobrevivió. Mostrando la independencia de los capitales financieros frente otros intereses internacionales, comenzaron a ver a México como un lugar para invertir y no importó la ruptura diplomática de aquel momento con la vieja Europa.
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