Tras las guerras napoleónicas, Gran Bretaña surgió como potencia hegemónica
internacional, adicionalmente, su rápida industrialización le dio la
posibilidad de reunir recursos financieros extraordinarios. Desde esa base,
comenzaron a salir préstamos a diversas naciones y reinos europeos, así como a
las recién formadas repúblicas latinoamericanas, sin olvidar al imperio de
Brasil. La especulación y los deseos de obtener ganancias instantáneas crearon
el escenario perfecto para los fraudes, por ejemplo, inventaron una
república hispanoamericana, Poyais, que obtuvo
un préstamo en 1822, esto significaría un fraude monumental a los
inversionistas.
Entre 1824 y 1825, México
logró obtener dos prestamos. La deuda mexicana ascendía a 6 millones y medio de
libras, de la cual sólo estuvieron en manos de autoridades mexicanas un poco
más de 2 millones y medio de libras. Los recursos fueron utilizados en gasto
corriente, no llegaron a usarse en infraestructura o inversiones. Los problemas
estructurales internos y la crisis financiera internacional de 1826 provocaron
la insolvencia del gobierno mexicano, que incumplió con sus obligaciones
internacionales.
Los diversos gobiernos intentaron renegociar la deuda
para recuperar el crédito internacional, tardaron más de seis décadas en
lograrlo. En algunos momentos, recomenzaban el pago, aunque nunca de forma
regular o prolongada. En Londres, los principales tenedores de bonos
especulaban con los mismos y la posibilidad de que los mexicanos pagaran,
algunos ganaron fortunas, otros las perdieron.
La mayoría de los proyectos para pagar la deuda externa
utilizaban los recursos de la aduana del puerto de Veracruz como medio para
reunir recursos, al ser la fuente de ingresos fiscales más importantes del
país. En 1837, llegaron a sugerir de forma formal pagar con tierras,
especialmente las del norte, las cuales cubrirían en teoría la mitad del adeudo
con el exterior (Marichal, 1988: 77), esto también buscaba solucionar el
problema del despoblamiento. La independencia de facto de Texas en 1835 resultaba un problema para el canje de bonos
de deuda por certificados de tierra. La medida tuvo poco éxito y no fue una
solución a largo plazo.
En 1861, Benito Juárez dejó de pagar la deuda externa,
necesitaba esos recursos para la reconstrucción tras la Guerra de los Tres
Años. En respuesta, Francia, Gran Bretaña y España comenzaron la Intervención Tripartita.
Al poco tiempo, el Segundo Imperio reconoció la deuda externa y rápidamente
recupero el crédito internacional perdido por México tiempo atrás. La inversión
resultó un desastre para los especuladores europeos, Maximiliano de Habsburgo
fue fusilado en 1867 y con él las posibilidades de cobrar durante un buen
tiempo las nuevas deudas y las viejas. De forma definitiva en 1888, el
porfiriato recuperó el crédito del exterior y regularizó el pago de la deuda
externa.
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