Las rebeliones más peligrosas del periodo colonial
buscaban crear una identidad católica, basada en elementos de la cosmovisión
mesoamericana. Aunque de arranque tenían pretensiones religiosas, terminaban
proponiendo un cambio social radical. Las mismas se dieron esporádicamente y en
diversos territorios de la Nueva España durante el siglo XVIII.
Al comenzar la gestación de una movilización social, en
Chiapas desde la región la zona tzeltal un ermitaño comenzó a profesar su
propia variación del catolicismo mesclado con rituales mesoamericanos. Los
españoles lo llevaron a un monasterio, volvieron a verlo profesando su fe dos
años después, nuevamente lo capturaron, aunque en esta segunda ocasión lo
desaparecieron. Tras lo cual, la población indígena comenzó su radicalización.
En la misma región tzeltal, pocos años después del auge
del culto del ermitaño, en 1712, en el pueblo de Cancuc, la niña María
Candelaria expresó haber visto a la virgen, los indígenas tzeltales comenzaron
a creer su versión, la llamaron virgen y le crearon un altar. Por cientos y
luego por millares, acudieron a venerarla. Los seguidores pidieron el
reconocimiento dentro de la Iglesia católica, los dominicos negaron el mismo
(Katz, 2004: 88), consideraban al naciente culto como una herejía.
La situación comenzó a tensarse entre los indígenas y los
españoles. El cacique tzeltal, Sebastián Gómez movilizó a sus hombres, paso a
tener el apelativo “de la Gloria” y llamó a seguir a la virgen. Los ancianos
del pueblo de Cancuc reconocieron el culto, excluyeron cualquier veneración al
rey y al Dios de los blancos.
Por designio de la virgen, la rebelión comenzó, al menos
así lo consideraron quienes participaron. Los indígenas lograron barrer con los
españoles de la región. Adicionalmente, buscaban una purificación étnica, donde
se diera la expulsión y la ejecución de todos los mestizos, mulatos, negros y
demás castas. Desde una concepción mítica, esperaban la resurrección y apoyo
del tlatoani mexica Moctezuma, creían
que les daría armas invencibles. Adicionalmente, pensaban que una serie de
catástrofes naturales como terremotos, diluvios y vientos imparables acabarían
con sus enemigos.
En espera de los milagros, la rebelión quedó inmóvil,
contemplando lo logrado en poco tiempo a su alrededor, no percibieron los
movimientos españoles desde la distancia. Dos meses después, tanto desde Guatemala
como de la Ciudad de México marchaban ejércitos para aplastar a los creyentes
en la virgen de Cancuc, no tuvieron piedad, actuaron con cizaña
indiscriminadamente, ejercieron juicios sumarios a los que consideraban
cabecillas del movimiento.
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