En la Nueva España, los conspiradores de Valladolid planteaban mejores
condiciones para los novohispanos dentro del imperio español. Al verse
descubiertos, en septiembre de 1810, desde la comunidad de Dolores, el cura Miguel
Hidalgo llamó a sus feligreses a luchar en contra del mal gobierno y por
Fernando VII, quien se encontraba en cautiverio por los franceses. La respuesta
fue generalizada, el pueblo se levantó con sus utensilios de labranza. Los
desposeídos de la Nueva España se convirtieron en un actor de cambio, su
estandarte fue la virgen de Guadalupe, lo cual muestra la profunda religiosidad
del movimiento.
Hidalgo se convirtió en el representante de la “voluntad
de las masas populares”. Eliminó los tributos que pagaban las comunidades indígenas,
desapareció la distinción de “castas” y sólo después de Haití en América: la
esclavitud es abolida. Las reformas económicas no se hacen esperar, como la
confiscación de los bienes de europeos, que eran el principal sostén de
gobierno colonial; en lo agrario, declaró la restitución de las tierras
arrebatadas a las comunidades campesinas (Villoro, 2000: 506). El otro hombre
importante de la insurrección, Ignacio Allende, no compartía las ideas de
Hidalgo. Los problemas entre los dos personajes respondieron a la diferencia de
clases, Allende nunca dejó de ver las cosas como un criollo nacionalista, no
comprendió los reclamos populares y mucho menos los volvió propios. Buscaba
desaparecer el movimiento caótico de la plebe
y de los indios, para cambiarlo por algo ordenado y coherente desde las élites.
Por su parte, los criollos nacionalistas de 1808 optaron
por apoyar a las autoridades virreinales. No abandonaron sus ideas, pero se
sintieron aterrorizados por la violencia que podía generar las masas, el mejor
ejemplo es la Alhóndiga de Granaditas, donde fueron acribillados los notables
de Guanajuato. La violencia revolucionaria trastocó las relaciones sociales,
los antes poderosos se veían inseguros en sus propias ciudades. Guadalajara
vivió la ocupación de los rebeldes, mientras Hidalgo organizaba los bosquejos
de un gobierno, en algunos aspectos la situación se salió de control, una población
de unos 20 mil habitantes fue presa de un ejército de 10 mil hombres, los
robos, asesinatos y violaciones se convirtieron en algo común.
Las derrotas militares y la falta de apoyo de los
criollos forzaron a Hidalgo a marchar al norte, donde los texanos le habían
prometido apoyo. Nunca llegó, ya que lo apresaron, enjuiciaron, fusilaron y
colgaron su cabeza junto a las de sus principales seguidores en la Alhóndiga de
Granaditas de Guanajuato, como advertencia de que no sería tolerada la
revolución popular.
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