Al enterarse de los problemas en
España por la invasión francesa de 1808, el mismo virrey novohispano optó por
apoyar los planes del Ayuntamiento de la Ciudad de México para crear una Junta
de gobierno como las que estaban surgiendo en España, con el propósito de
guardar la soberanía a Fernando VII, considerado el monarca legitimo, que se
encontraba cautivo. Desde un principio, la Real Audiencia se opuso, quería
mantener todo inmóvil.
La
construcción de un régimen autónomo a España estaba en proceso de bosquejar sus
bases fundamentales para ser funcional. Bajo esos principios, el virrey llamó a
una reunión para la conformación de la Junta destinada a gobernar la Nueva
España en ausencia de Fernando VII.
Desde la
península Ibérica, la Junta de Sevilla y después la de Andalucía mandaron
cartas y representantes al virreinato, pedían ser aceptadas como legitimas
autoridades del imperio en ausencia de Fernando VII. Los novohispanos
reconocieron el esfuerzo de los patriotas españoles en contra del invasor
francés, sin embargo la única autoridad de las juntas del otro lado del
Atlántico era la que ellas mismos se otorgaron, por lo cual no tenían más
legitimidad que la que se estaba conformando en la Nueva España. Los
acontecimientos en España no sólo repercutieron en la capital, diferentes
ciudades provincianas de relevancia tuvieron sus propias reuniones de vecinos
para apoyar al Ayuntamiento de la Ciudad de México en su búsqueda de la
autonomía. En esas condiciones que parecían favorables, el virrey organizó una
nueva reunión, de la cual se obtuvo el apoyo para crear definitivamente una
Junta con carácter de soberana.
Los mineros
y comerciantes representados en la Real Audiencia no toleraron la situación. En
su opinión, el virrey y el ayuntamiento de la Ciudad de México llegaron
demasiado lejos. Así, la noche del 15 de septiembre de 1808, un grupo de
hombres irrumpieron en el Palacio de Gobierno, apresaron al virrey y comenzaron
una purga de criollos nacionalistas. Se había realizado un golpe de Estado en
contra de las autoridades legítimas de la Nueva España. Nombraron a un viejo
militar como virrey: Garibay, el cual fue manipulado con facilidad por quienes
lo pusieron en el puesto (Vázquez, 2004:141). En toda la Nueva España, los
criollos nacionalistas comprendieron que las vías institucionales para sus
propósitos desaparecieron, por lo cual comenzaron a fraguar conspiraciones.
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