1692, el motín de la Ciudad de México.

Las ciudades novohispanas concentraban a los miserables o leperos como se les llamaba en aquel momento. En la visión racista colonial, la mayoría eran indígenas desarraigados de sus comunidades, existían negros y mulatos entre ellos, al igual que integrantes de todas las castas inferiores, en contra posición de la creencia, podían darse casos de criollos y españoles caídos en desgracia entre ellos (Miño, 2010: 165), los cuales perdían su identidad como parte del grupo dominante. 
En el entorno urbano, los leperos resultaron los más afectados por las epidemias y el hambre, situaciones que los llevaba a la desesperación. En particular, en 1691, las malas cosechas provocaron la escases de alimentos, que se agravó por los acaparadores, quienes obtenían grandes ganancias.  La situación parecía prolongarse sin una respuesta de los afectados, no obstante en junio de 1692, frente la posibilidad de quedarse sin grano la alhóndiga de la Ciudad de México, los miserables comenzaron a remolinarse alrededor de la misma, una mujer indígena resultó golpeada, en algunas versiones dicen que murió. Pidiendo castigo a los culpables y respuesta a la solicitud de comida, llevaron el cuerpo frente la entrada del palacio del virrey, no recibieron respuesta. Para ese momento, el motín comenzaba.
Durante varios días la alhóndiga y los comercios del parían fueron saqueados, lo mismo sucedió con algunas propiedades de los españoles enriquecidos de la Ciudad de México. En una situación donde la rebeldía popular corrió sin cabeza ni organización visible por las calles, algunos buscaban comida y otros una oportunidad para el hurto. En la entrada de los restos del palacio virreinal podía leerse: “Este corral se alquila / para gallos de la tierra / y gallinas de Castilla” (Semo, 1982: 285).
Posiblemente, los jesuitas calmaron la situación. Esto permitió la acción de la autoridad colonial, que pudo salir de la inmovilidad, organizó a hombres montados. Actuaron con rencor en contra de los leperos, deseaban exterminarlos o expulsarlos de la Ciudad. Prohibieron las reuniones mayores de cinco indios o de quienes se vieran como desposeídos, algunos fueron azotados, otros colgados. 
En aquel año, la Ciudad de México no fue la única urbe donde se vivió un motín popular, situaciones análogas sucedieron en Tlaxcala y Guadalajara, muy posiblemente la chispa de la rebelión de los desposeídos estuvo apunto de encenderse en otras zonas urbanas novohispanas. Por su parte, el campo sufrió silenciosamente la sequia.  
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