Las ciudades novohispanas concentraban a los miserables o
leperos como se les llamaba en aquel
momento. En la visión racista colonial, la mayoría eran indígenas desarraigados
de sus comunidades, existían negros y mulatos entre ellos, al igual que
integrantes de todas las castas inferiores, en contra posición de la creencia, podían
darse casos de criollos y españoles caídos en desgracia entre ellos (Miño,
2010: 165), los cuales perdían su identidad como parte del grupo
dominante.
En el entorno urbano, los leperos resultaron los más afectados por las epidemias y el hambre,
situaciones que los llevaba a la desesperación. En particular, en 1691, las
malas cosechas provocaron la escases de alimentos, que se agravó por los
acaparadores, quienes obtenían grandes ganancias. La situación parecía prolongarse sin una
respuesta de los afectados, no obstante en junio de 1692, frente la posibilidad
de quedarse sin grano la alhóndiga de la Ciudad de México, los miserables
comenzaron a remolinarse alrededor de la misma, una mujer indígena resultó
golpeada, en algunas versiones dicen que murió. Pidiendo castigo a los
culpables y respuesta a la solicitud de comida, llevaron el cuerpo frente la
entrada del palacio del virrey, no recibieron respuesta. Para ese momento, el motín
comenzaba.
Durante varios días la alhóndiga y los comercios del
parían fueron saqueados, lo mismo sucedió con algunas propiedades de los
españoles enriquecidos de la Ciudad de México. En una situación donde la
rebeldía popular corrió sin cabeza ni organización visible por las calles, algunos
buscaban comida y otros una oportunidad para el hurto. En la entrada de los
restos del palacio virreinal podía leerse: “Este corral se alquila / para
gallos de la tierra / y gallinas de Castilla” (Semo, 1982: 285).
Posiblemente, los jesuitas calmaron la situación. Esto
permitió la acción de la autoridad colonial, que pudo salir de la inmovilidad, organizó
a hombres montados. Actuaron con rencor en contra de los leperos, deseaban exterminarlos o expulsarlos de la Ciudad.
Prohibieron las reuniones mayores de cinco indios o de quienes se vieran como
desposeídos, algunos fueron azotados, otros colgados.
En aquel año, la Ciudad de México no fue la única urbe donde
se vivió un motín popular, situaciones análogas sucedieron en Tlaxcala y
Guadalajara, muy posiblemente la chispa de la rebelión de los desposeídos estuvo
apunto de encenderse en otras zonas urbanas novohispanas. Por su parte, el
campo sufrió silenciosamente la sequia.
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