La organización social tras el sismo de 1985

por Alef Pérez
En la década perdida de los ochenta del siglo XX, los mexicanos en general observaron sin poder hacer gran cosa la pérdida de su poder adquisitivo, por momentos, algunos productos escasearon. En particular, la Ciudad de México tuvo el mejor nivel educativo del país, junto con una muy importante conciencia ciudadana, inactiva por el miedo al autoritarismo. La condición de una sociedad disciplinada a su gobierno pareció ser imperturbable, aunque cambió de la forma más abrupta posible con un sismo. 
El 19 de septiembre de 1985, el terremoto más destructivo de la historia del país golpeó la Ciudad de México, la sacudió durante casi dos minutos, el epicentro estuvo en Michoacán. Hoteles, hospitales, Unidades habitacionales, oficinas realizaron un ruido atronador mientras algunos se derrumbaron, las pérdidas humanas rondaron las cuarenta mil, más los desaparecidos (Loaeza, 2010: 248). Los servicios de luz, de agua, de teléfono, de transporte, de televisión, de radio dejaron de llegar a la población parcial o totalmente. Sólo Banamex y el ejército lograron realizar comunicaciones exitosas y sin interrupción en la zona de desastre.  
Tras el sismo, la confusión inmediata dejó espacio al dolor por las noticias de la muerte o la desaparición de seres queridos, esto llevo a la ira dirigida a un gobierno incapaz de hacer algo por la población y terminó en la organización fraternal para remover los escombros, alimentar y darles techo a quienes perdieron todo. 
En medio de la tragedia, algunos tuvieron que caminar varios kilómetros para regresar a sus casas o tener noticias de sus seres queridos, otros tantos resultaron heridos sin la posibilidad de tener servicios médicos por la saturación de los hospitales. Mientras el personal de salud realizó un esfuerzo descomunal para atender lo mejor posible al mayor número de personas, no se dieron el lujo de descansar durante la desgracia. Quienes tuvieron la fuerza física y, más importante, la disposición, removieron escombros por toda la Ciudad, buscaron sobrevivientes. Entre el polvo de los edificios derruidos surgieron los Topos, como una organización de rescatistas. Muchos durmieron a la intemperie por miedo a una réplica, mientras compartieron su dolor colectivo. El hambre no se hizo presente masivamente por el esfuerzo colectivo de una buena distribución. Así, mientras la sociedad encontró soluciones a sus problemas inmediatos, el gobierno estuvo paralizado.  
Exactamente treinta y dos años después, un nuevo sismo sacudió la Ciudad de México y a sus alrededores con fuerza, poco tiempo antes uno más al sureste del país. La tragedia material y humana resultó mucho menor, sin embargo, la fuerza de la organización social fue similar.

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