La agricultura (1920-1940).

La posesión de la tierra a comenzar los años veinte casi no había cambiado, la mayor parte de las parcelas les pertenecían a los hacendados como en tiempos del porfiriato. No obstante, resultó fundamental el reparto agrario, en general se trataba de un medio de control político, sin embargo, también fue una forma de justicia social, la cual cambiaba la estructura económica del campo. Los ejidos no se podían hipotecar, vender o rentar, esto con la idea de evitar que se realizara una nueva concentración de las tierras. La mayoría de los repartos resultaban insignificantes en aquel momento, con excepción de los del estado de Morelos, ahí, los zapatistas obtuvieron las tierras por las que lucharon toda la década anterior. En otras regiones, localizaron estratégicamente la mayoría de los ejidos en zonas cercanas a los ferrocarriles, con el objetivo de tener un aliado leal al gobierno en caso de rebelión militar en las rutas de comunicación y de abastecimiento para los ejércitos.
A comienzos de los años veinte, el gobierno buscó ampliar la modesta infraestructura de riego existente en el país, esto beneficiaría en primer lugar a los grandes hacendados del norte. Para 1926, creaba la Comisión Nacional de Irrigación, comenzó a trabajar de forma muy intensa de inmediato, buscando materiales y asesores en Estados Unidos. En 1927, siete presas nuevas estaban en funcionamiento, las cuales funcionaron para dotar de agua todo el año a casi docientas mil hectáreas. Existieron grandes fracasos como la presa Guatimapé, en Durango, incapaz de funcionar por sus errores de diseño y lo barato de sus materiales, esta como otras obras fueron concesionadas a privados para su construcción (Aguilar,  1995: 119). No resultaba prudente dejar la infraestructura hidráulica a los empresarios, así el Estado fue tomando en sus manos la construcción de estas obras, que derivó en un constante progreso del campo mexicano. La intervención del Estado también llegó a la esfera del crédito agrícola, básicamente con dos instituciones fundamentales: el Banco Nacional Agrícola y el Ejidal, se encargaron de apoyar a los agricultores en la compra de maquinaria y otros insumos para la producción. 

Al comenzar los años treinta, la disminución en el consumo por la Gran Depresión, sumado a una sequía en el campo volvieron paupérrimas las condiciones de vida de los campesinos. El radicalismo no se hizo esperar, Lázaro Cárdenas los escuchó y emprendió el reparto agrario más ambicioso de la historia de México, con tierras de muy buena calidad como las algodoneras de la Comarca Lagunera. Los hacendados se convirtieron en una minoría, mientras que los ejidatarios crecieron exponencialmente en número (Aboites, 2010: 632). Las tierras que antes eran para productos de exportación pasaron a ser para el consumo directo de los ejidatarios, los cuales mejoraron sus condiciones de vida.

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