Entre los años cuarenta y principios de los
ochenta, las elecciones en México estuvieron alejadas de cualquier rasgo
democrático, resultaba imposible pensar en que fueran equitativas o el conteo
de los votos estuviera en lo correcto. Sus funciones eran otras, pues se
trataba de un acto de auto-legitimación del régimen, consideraban a la democracia
un valor necesario de mencionar en los discursos, que nunca respetaron.
Uno de los
principios que no pudieron romper los presidentes fue el de “la no reelección”
impuesto por Francisco I. Madero tiempo atrás, Miguel Alemán intentó borrar este
dogma, al buscar modificar la Constitución, Lázaro Cárdenas se lo impidió, en
este periodo ningún otro presidente lo intento. La transición resultaba algo
obligatorio al termino de todos los periodos de seis años, para esto se usaba
el método del “tapado”, el cual entraba a un juego entre varios posibles
candidatos oficiales a la presidencia, finalmente ganaba el candidato del
presidente saliente o uno de conciliación con otras fuerzas políticas dentro
del PRI o el gobierno (Krauze, 1997: 108). Sólo existió una regla para el
sucesor: no podía ser un familiar directo, esto se observó muy bien al ser
eliminado de la sucesión presidencial Maximino, hermano del Manuel Ávila
Camacho.
Tradicionalmente
el derecho de votar correspondió a los varones que se encontraban en la mayoría
de edad, a la mujer se le consideraba una fuerza aliada de los grupos
conservadores y católicos, por lo cual para el régimen identificado con la
revolución era insana su participación en las elecciones, ese aspecto cambio
poco a poco. Entre los años veinte y treinta, algunas legislaturas locales habían
otorgado el derecho del voto a las mujeres, fue con el presidente Adolfo Ruiz
Cortines, en 1954, cuando a nivel nacional las mujeres obtuvieron plenos
derechos como electoras (Rocha, 2001: 137).
Las elecciones a
todos los demás cargos políticos resultaban una imitación a la presidencial.
Las de importancia como la de diputados, senadores y gobernadores, tenían un
fuerte control presidencial. Mientras, las menores como eran las de presidentes
municipales o congresistas locales estaban controlados por quienes habían sido
designados desde la presidencia. Hasta en las organizaciones obreras o
campesinas, los puestos más importantes estaban ocupados por hombres cercanos
al presidente y legitimados por una elección en la que nadie creía.
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