Las elecciones (1940-1982).

Entre los años cuarenta y principios de los ochenta, las elecciones en México estuvieron alejadas de cualquier rasgo democrático, resultaba imposible pensar en que fueran equitativas o el conteo de los votos estuviera en lo correcto. Sus funciones eran otras, pues se trataba de un acto de auto-legitimación del régimen, consideraban a la democracia un valor necesario de mencionar en los discursos, que nunca respetaron.
Uno de los principios que no pudieron romper los presidentes fue el de “la no reelección” impuesto por Francisco I. Madero tiempo atrás, Miguel Alemán intentó borrar este dogma, al buscar modificar la Constitución, Lázaro Cárdenas se lo impidió, en este periodo ningún otro presidente lo intento. La transición resultaba algo obligatorio al termino de todos los periodos de seis años, para esto se usaba el método del “tapado”, el cual entraba a un juego entre varios posibles candidatos oficiales a la presidencia, finalmente ganaba el candidato del presidente saliente o uno de conciliación con otras fuerzas políticas dentro del PRI o el gobierno (Krauze, 1997: 108). Sólo existió una regla para el sucesor: no podía ser un familiar directo, esto se observó muy bien al ser eliminado de la sucesión presidencial Maximino, hermano del Manuel Ávila Camacho. 
Tradicionalmente el derecho de votar correspondió a los varones que se encontraban en la mayoría de edad, a la mujer se le consideraba una fuerza aliada de los grupos conservadores y católicos, por lo cual para el régimen identificado con la revolución era insana su participación en las elecciones, ese aspecto cambio poco a poco. Entre los años veinte y treinta, algunas legislaturas locales habían otorgado el derecho del voto a las mujeres, fue con el presidente Adolfo Ruiz Cortines, en 1954, cuando a nivel nacional las mujeres obtuvieron plenos derechos como electoras (Rocha, 2001: 137).   

Las elecciones a todos los demás cargos políticos resultaban una imitación a la presidencial. Las de importancia como la de diputados, senadores y gobernadores, tenían un fuerte control presidencial. Mientras, las menores como eran las de presidentes municipales o congresistas locales estaban controlados por quienes habían sido designados desde la presidencia. Hasta en las organizaciones obreras o campesinas, los puestos más importantes estaban ocupados por hombres cercanos al presidente y legitimados por una elección en la que nadie creía.


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