por Alef Pérez
En 1940, el presidencialismo funcionaba como una forma bien acabada de la dominación política mexicana. En buena medida, la Constitución de 1917 y sus constantes modificaciones otorgaban el poder, más el que se daba cada presidente de forma extraoficial. La presidencia conformaba la institución más importante de México, llegó a ser llamada “la presidencia imperial”, la cual sólo duraba seis años, para darle paso a otro hombre. Durante varias décadas fue la base de la estabilidad política del país.
Siete hombres ocuparon la presidencia entre los años cuarenta y 1982, cada uno tuvo su propio carisma o falta de éste, pero todos gozaron de un enorme poder (Krauze, 1997: 105). Ávila Camacho utilizó la problemática situación de la Segunda Guerra Mundial, así planteó la idea de la unidad nacional, para acercar a sus filas diversos disidentes, todos tuvieron un enemigo en común: el fascismo internacional. Miguel Alemán fue el primer presidente civil, quien apartó hasta el momento a los militares de la cúspide del poder, su bandera era la industrialización y dejó de lado el agrarismo. Ruíz Cortines buscó dar la impresión de una moral incuestionable en su periodo. López Mateos logró el equilibrio entre la mano dura y otorgar privilegios, es considerado un presidente izquierdista. Díaz Ordaz resultó deslumbrado por el poder ilimitado de la presidencia, barrió con cualquier oposición, a la buena o a la mala. Echeverría intentó recuperar la esencia radical del cardenismo, la sociedad no pudo responder como él quería y terminó enfrentado con los empresarios. López Portillo planteó trasformar a México con los recursos petroleros en una potencia internacional, sin éxito. En menor o mayor medida, los esfuerzos de todos estos presidentes estuvieron influidos por la sombra de la Revolución Mexicana, con su idea de justicia social y fuerte nacionalismo.
Los presidentes controlaron al PRI, al congreso, al poder judicial, a los gobernadores, a los sindicatos y organizaciones obreras. Desde Ávila Camacho hasta Díaz Ordaz el mando sobre la sociedad resultó incuestionable, uno tras otro de los encargados del Poder Ejecutivo era más fuerte que su antecesor. El movimiento estudiantil de 1968 quebró la autoridad presidencial, que se fue desquebrajando sexenio tras sexenio. Así, Echeverría y López Portillo manejaron muchos más recursos económicos y a más personal que cualquiera de sus predecesores, sin embargó su control sobre los mexicanos resultó menor.
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