Francisco I. Madero entró a
territorio nacional desde Texas para encabezar políticamente al grupo
revolucionario más fuerte, el de Chihuahua dirigido militarmente por Pascual
Orozco y, como segundo hombre de importancia en aquel momento, Pancho Villa.
Buscó alejar los combates de la frontera para evitar la intervención de los
Estados Unidos, pero Pascual Orozco y Pancho Villa lo desobedecieron y tomaron
ciudad Juárez, enclavada en la frontera. Los hombres encabezados por Zapata en
Morelos tomaron Cuautla y continuaron con Cuernavaca (Gilly, 1988: 143), se convirtieron
en una amenaza para la ciudad de México, centro del poder político del país.
Dos frentes
revolucionarios habían mostrado un progreso espectacular, en prácticamente
medio año, tuvieron la capacidad de lograr enclaves fundamentales, esto les
deba una gran fuerza moral y material. Por su parte, el orgulloso ejército
porfirista estaba casi intacto, aunque herido y confundido. En buena medida,
algunos comenzaron a plantear la rendición en los círculos de la élite para
mantener la institucionalidad y, con ella, sus privilegios.
En este
momento el maderismo se encontraba en una posición de fuerza, aunque decidió no
continuar la revolución armada para evitar el derramamiento de sangre y aceptar
varias medidas que lo desarticulaban. A finales de mayo de 1911, Porfirio Díaz
se rindió frente los revolucionarios maderistas, esto al proponer y firmar los
Tratados de Ciudad Juárez. En ellos, renunciaban Díaz a la presidencia y Madero
a sustituirlo, subiría a la presidencia el secretario de Relaciones Exteriores,
Francisco León de la Barra, mientras se mantenía intacto todo el cuerpo
administrativo porfirista. La amnistía por delitos de sedición o de
insurrección fue general para todos los revolucionarios, los grupos de rebeldes
armados se les otorgaron su licenciamiento, lo cual significaba su desarme,
mientras el ejército porfirista quedaba intacto, con todos sus viejos jefes. Se
prometió la organización de nuevas elecciones, mientras las promesas políticas,
económicas y sociales del Plan de San Luis fueron postergadas. Así, la
revolución retrocedió y el régimen se mantuvo sin Porfirio Díaz, quien se
marchó al exilio.
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