En los años veinte, los campesinos en su mayoría eran
jornaleros o piones que trabajaban para los grandes latifundistas, poco había
cambiado en el campo comparando con el tiempo del porfiriato. No obstante,
resultó fundamental el reparto agrario, en general se trataba de un medio de
control político, sin ser prioridad, constituyeron un factor de justicia social
para unos cuantas familias. Los ejidos no se podían hipotecar, vender o rentar,
esto con la idea de evitar que se realizara una nueva concentración de la
tierra. La mayoría de los latifundios quedaron intactos, con excepción de los
de Morelos, ya que los zapatistas obtuvieron las tierras por las que lucharon
toda la década anterior (Aguilar, 1995: 131). Resultó estratégico localizar la
mayoría de los ejidos en zonas cercanas a los ferrocarriles, con el objetivo de
tener un aliado leal al gobierno en las rutas de comunicación y de abastecimiento
en caso de rebelión militar.
Las organizaciones campesinas tenían un alcance
exclusivamente regional, las cuales eran controladas normalmente por el cacique
de cada estado. No fueron organizadas por campesinos, más bien, participaron intelectuales
revolucionarios. En lo político, el Partido Nacional Agrarista (PNA) logró
colocarse en las principales esferas de poder, aunque no aceleró el reparto de
las tierras. Es de destacar, la Liga Nacional Campesina (LNC) tuvo un carácter
más combativo, basó su estructura en las organizaciones de los estados de
Veracruz y San Luis Potosí, de forma temporal, reunió las fuerzas corporativas
rurales de quince estados de la república.
A finales de 1929, Plutarco Elías Calles, como “jefe
máximo de la revolución”, proclamó el fin de la reforma agraria, consideró que
los repartos de las tierras eran contraproducentes para la economía nacional.
Obedeciendo los designios del “jefe máximo” y porque en buena medida pensaban
igual, los presidentes del maximito casi detienen por completo la entrega de la
tierra. En este periodo los gobernadores agraristas (Lázaro Cárdenas en Michoacán,
Adalberto Tejeda en Veracruz, entre otros) fueron los que continuaron con el
compromiso de dar las tierras a los campesinos, lo cual no fue suficiente para
cambiar las estructuras del campo mexicano.
Al comenzar los años treinta, la disminución en el
consumo por la Gran Depresión y una sequía volvieron paupérrimas las
condiciones de vida de los campesinos. El radicalismo no se hizo esperar. Al
llegar a la presidencia, Cárdenas escuchó los problemas del campo y emprendió
el reparto agrario más ambicioso de la historia de México, con tierras de muy
buena calidad. Los hacendados se convirtieron en una minoría, mientras que los
ejidatarios crecieron exponencialmente en número. Las tierras que antes eran
para productos de exportación pasaron a ser de autoconsumo, así, mejoraron las
condiciones de vida de varías zonas rurales. La Confederación Nacional
Campesina (CNC) surgió para convertirse en el representante de los campesinos
en el partido oficial.
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