En 1900, aparatos de radio llegaron a Palacio Nacional y
al Castillo de Chapultepec, se trataba de una muestra de los logros del
progreso material. Para el evento resultaron invitados alrededor de dieciocho
personas de la élite del país. El mensaje resultó simple pero contundente,
felicitaba a Porfirio Díaz por su sexta relección.
En los
primeros años del siglo XX, algunas estaciones de radio comenzaron a surgir,
básicamente en puntos remotos con fuertes intereses económicos. En aquel
entonces no se trataba de un medio de entretenimiento, lo importante era la comunicación,
como una alternativa al telégrafo. El servicio era afectado y en muchas
ocasiones interrumpido por tormentas eléctricas o algunas otras condiciones
meteorológicas extremas. Los mensajes debían ser cortos al cobrarse por
palabra, las diez primeras valían un peso y cada adicional 10 centavos (Del
Castillo, 2006: 132).
Algunos
telegrafistas fueron enrolados para ser operarios de los aparatos de radio, sus
conocimientos en electricidad y las similitudes técnicas de los aparatos les
dieron la oportunidad. Quienes no aprendían el oficio de forma autodidacta, provenían
de la educación formal del Colegio Militar y de la Escuela Anexa de la
Secretaría de Comunicaciones. Por su parte, los alemanes importaron e
instalaron las primeras maquinas radiofónicas.
A lo
lejos, las estaciones de radio se podían identificar por estar ubicadas en
puntos altos e integradas por una pequeña cabina donde se resguardaba la
mayoría de los aparatos con una torre metálica a su costado que era la antena.
En los interiores el olor a aceite resultaba penetrante. El personal técnico
radiofónico debía pasar el tiempo sentado enfrente de los aparatos y con
audífonos, esperaba la llegada de algún mensaje de una estación cercana, las
mismas daban servicio entre las 8:00hrs. y 13:00hrs. Las radios domesticas no
existían y el interesado en un mensaje debía dirigirse a la cabina, que también
funcionaba como oficina.
Las
estaciones de radio se fueron extendiendo en la última década del régimen
porfirista, básicamente proliferaron en el noroeste del país. Adicionalmente,
tenía el telégrafo como rival con prácticamente la misma función de
comunicación, aunque de mayor alcance por su red instalada.
Casi todos los
mensajes eran cortos y cargados de información técnica. Alguno que otro curioso
lo llegó a utilizar para cuestiones personales, depositando su confianza en el
personal radiofónico. Por su parte, para celebrar los logros tecnológicos de su
época, Porfirio Díaz mandó un mensaje radiofónico a Tomas Alba Edison en 1909,
donde recordaba haberlo conocido y daba énfasis a los descubrimientos
científicos de aquel hombre.
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