En
los años veinte, el discurso de los políticos mostraba el firme propósito de
reconstruir, lo cual sonaba totalmente lógico al considerar la devastación de
la capacidad productiva por la Revolución Mexicana, aunque ya comenzaban a
aparecer rasgos que buscaban transformar la estructura heredada del porfiriato.
En los treinta, el énfasis se movió hacia la reforma, los planteamientos se
volvieron más radicales al buscarse cambiar por completo las estructuras económicas
nacionales, se fomentó la independencia económica.
En sus presidencias, Álvaro Obregón y, con más
ímpetu, Plutarco Elías Calles se esforzaron por la modernización de la débil
infraestructura de producción, comunicación y bancaria. Calles comprendió las
limitaciones que provocaban las intervenciones económicas del exterior,
principalmente norteamericanas, por lo cual, decidió desafiar los poderes
económicos internacionales establecidos, buscaba el desarrollo del país desde
el nacionalismo.
Los gobiernos del maximato coincidieron con la
Gran Depresión internacional, esto provocó un retroceso en la economía y que
las políticas económicas pusieran nuevamente énfasis en la reconstrucción, sin
embargo, ya no era por el caos de la Revolución Mexicana, sino por la caída de
todos los indicadores económicos. Las políticas económicas resultaron perjudiciales,
ya que el gobierno redujo su participación en la economía cuando era necesario estimular
a la misma, para reactivarla.
Al final del maximato en el gobierno de Abelardo
L. Rodríguez, las fuerzas de la izquierda oficial lograron crear un proyecto
sólido: el Plan Sexenal, el cual tuvo la influencia de la Unión Soviética con
sus planes quinquenales, los cuales buscaban dirigir la economía a la dirección
planteada de fortalecimiento de las capacidades productivas. Los objetivos
resultaron muy ambiciosos y se pueden resumir en que el Estado tomaba las
riendas de la economía nacional, con un fuerte énfasis en la cuestión agraria
(Peña, 2006: 289).
El cardenismo tomó como bandera el Plan Sexenal,
buscó una rápida recuperación de la economía tras la Gran Depresión, adicionalmente
por los conflictos internacionales logró un importante margen de maniobra
frente la intervención de los Estados Unidos y de algunas naciones europeas. Se
tuvo claro que las políticas del liberalismo económico no llegarían a ningún
lado, en consecuencia, se planteó la intervención económica según las normas
del keynesianismo y la economía mixta, donde el Estado se convirtió en la guía
del rumbo que debían de tomar las empresas privadas para su desarrollo.
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